Equivócate tú. Con criterio propio.

Cuando te incorporas a un grupo nuevo para ti (un equipo de trabajo, un grupo de amigos, etc.) alguien te introduce, y te presenta ante sus miembros, y te indica, a su vez, quien es cada uno de ellos.

Posteriormente, casi siempre hay otra persona (o la misma) que, “a modo de favor” y sin tú solicitárselo, te amplía la información inicial proporcionándote una descripción sobre si son de tal o cual forma y te revela con quien puedes relacionarte o de quien es mejor que te alejes. Esta persona, cuya intención es “ayudarte”, suele aderezar y dar énfasis a sus percepciones particulares con alguna historia que las corrobora. Normalmente, son historias no vividas en primera persona sino historias escuchadas a otros, historias “adquiridas” de “segunda o tercera mano”.

Esta práctica es muy común en el mundo laboral. Cuando te incorporas a una empresa, puedes tener o no un Plan de acogida oficial pero casi seguro que tienes un Plan de acogida informal. Es cuestión de días. En cuanto vas conociendo a personas dentro de la organización, aparecen tus “salvadores”. Aquellos que sienten la necesidad de protegerte (no se sabe muy bien por qué), advertirte de con quien debes tener cuidado o aconsejarte sobre a quién debes o no contarle qué. Incluso se atreven a apuntar quién es mejor o peor persona.

A medida que va pasando el tiempo, en nuestra relación con los demás y sin darnos cuenta, esa opinión interfiere como un sesgo. En el día a día, en lugar de generar nuestra propia impresión de las personas basada en nuestra experiencia, acabamos buscando datos, o esperando reacciones, que ratifiquen aquello que nos dijeron.

En un ejercicio de autocrítica diré que, en mi trayectoria profesional, he cometido dos grandes errores. En determinados momentos, he sentido la necesidad absurda de “salvar a otros” dándoles mi particular visión de otras personas y “me he dejado arrastrar por las percepciones de otros” juzgando, como buenas o malas, a personas de las que no tenía datos suficientes para tener una percepción propia.

Sin duda, me arrepiento de ello porque, sin un criterio propio:

– He admirado a personas que el tiempo se ha encargado de demostrarme que no merecen la pena (personal o profesionalmente)…para mí. Quizá sí para otros.
– He juzgado negativamente a personas que el tiempo se ha encargado de demostrarme lo extraordinarias que son (personal y profesionalmente)…para mí. Quizá no para otros.

Con esto no pretendo decir que considere mala opción escuchar la opinión de otros. El error es dejarse influenciar y asimilar su opinión como propia, sin más, o pretender que otros asuman la nuestra sin cuestionarla.

En muchas ocasiones nos equivocaremos en el juicio que hagamos de las personas con las que trabajamos pero es mejor que nos equivoquemos nosotros. Tendremos nuestros propios argumentos de por qué creímos o entendimos que alguien era diferente a como después descubrimos que es. Y será más fácil asumir nuestro error y volver a empezar de cero en nuestra relación con ellas.

Dejándote llevar e influenciar por las impresiones de otros, puedes alejarte de personas que aportarían un gran valor a tu vida personal y/o profesional.
¿A cuanta gente interesante te habrás perdido ya?